Salud mental: cómo comenzar a superar el impacto de la pandemia

La pandemia tuvo efectos tremendos en el aumento de la depresión, la ansiedad, el estrés crónico, los trastornos en el sueño y el uso de sustancias. Sin embargo, estudios preliminares muestran cómo las personas se sobrepusieron al bajón inicial de la cuarentena. La clave está en la resiliencia, la capacidad de enfrentar una situación de estrés o crisis y de superarla de manera relativamente exitosa.

Salud 30 de julio de 2021 Chequeado.com
Depresion

Nos encerramos, con miedo de salir a la calle, bañados en alcohol en gel y con una botella de lavandina al lado de la puerta para desinfectar cuanto objeto entrara a nuestro hogar. Nos tocó compartir, en ese espacio de miedo e incertidumbre, las 24 horas del día, los 7 días de la semana con las personas con las que convivimos. Si vivimos solos o solas, nos tocó estar en soledad todo ese tiempo.

Claro, al principio parecía que iba a ser más sencillo: empezamos a leer más (aunque en Argentina la industria editorial fue muy golpeada por la crisis, en Estados Unidos y Europa creció a niveles inesperados), vimos más películas y series por TV o streaming, y aprendimos a hacer masa madre. Después vino el bajón: muy tempranamente comenzamos a sufrir el encierro, el miedo, la soledad y la incertidumbre. 

¿Qué podemos hacer para salir del agujero interior? ¿Nos puede ayudar la ciencia a mejorar el estado de la salud mental? Para estas preguntas tenemos una sola respuesta: un poco de Info de la Buena!.

Cuarentenas por COVID-19: ¿qué nos hicieron?

Muchos artistas y científicos desarrollaron sus obras en cuarentenas: Boccaccio escribió el Decamerón mientras escapaba de la peste bubónica, entre 1351 y 1353; Shakespeare escribió algunas de sus obras más importantes en 1606, durante la cuarentena por la peste; Newton hizo sus grandes descubrimientos sobre gravedad, óptica y cálculo en 1665, mientras estaba encerrado para evitar otra pandemia; Edvard Munch sufrió la “gripe española” en 1919, época en la que pintó algunos de sus cuadros más famosos.

 O sea: hace rato que las cuarentenas están en la historia humana y, por ese motivo, hace rato que sabemos cuáles son sus efectos en las personas. En cuanto comenzaron los cierres en todo el mundo, los científicos y las científicas se pusieron a observar y tomar datos para ver qué estaba pasando.

Un artículo muy reciente relevó los trabajos existentes sobre salud mental durante la pandemia de COVID-19, lo cual permitió observar resultados de 66 estudios que involucraron a 221.970 personas. En términos generales, la información es tremenda: se observa una altísima presencia de depresión (31,4%), ansiedad (31,9%), angustia (41,1%) e insomnio (37,9%). 

Los pacientes con enfermedades crónicas no infecciosas, las personas en cuarentena y los pacientes con COVID-19 tenían un mayor riesgo de depresión y ansiedad que otras poblaciones. La población general y el personal no médico tenían un riesgo menor de angustia que otras poblaciones. El personal de salud se vio más afectado que la población general por el insomnio y los trastornos del sueño.

¿Cuánto tiempo tardaron en manifestarse estos problemas? Aunque, mirando hacia atrás, parece que al principio todo era mirar series y hacer masa madre, la verdad es que nuestro estado de ánimo sufrió muy rápidamente del aislamiento.

Un equipo del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y la Universidad de Harvard realizó una encuesta a 10.053 personas en Argentina durante la primera semana de cuarentena, para medir las reacciones afectivas tempranas en personas adultas. Las personas encuestadas mostraron síntomas sustanciales de ansiedad y depresión, más aún, el 33% informó posibles síndromes depresivos, y el 23% posibles síndromes ansiosos. Esta situación afectó, especialmente, a las personas más jóvenes, de 18 a 25 años. Las variables más importantes que explicaron los síntomas depresivos fueron la sensación de soledad seguida del estrés diario.

Pasados los 2 meses de aislamiento en Argentina, el mismo equipo realizó otra encuesta. De las 3.617 personas que participaron, casi la mitad (45,6%) tenía síntomas de depresión, debida sobre todo a la fatiga mental y la soledad. Una de cada cuatro personas (27%) sufrió ansiedad, especialmente debida a la incertidumbre y el encierro.

Estos resultados son muy importantes, porque nos permiten entender el rol que tiene el paso del tiempo en la salud mental durante la cuarentena. Entre una semana y 2 meses, la cantidad de personas deprimidas aumentó en un 50%; en cambio, la ansiedad se mantuvo muy estable. ¿Qué pasó con el paso del tiempo? ¿Pudimos reponernos a este bajón inicial, o estamos en el subsuelo del desánimo?

La clave está en la resiliencia

La “resiliencia” es la capacidad de ciertos materiales de volver a su forma original después de haber sido deformados o modificados. La plastilina tiene poca resiliencia: si la apretás, va a perder su forma original; un globo inflado, en cambio, tiene mucha resiliencia: no importa cuánto lo toques y lo aprietes, siempre que no se reviente, va a volver a su forma original.

En el campo de la salud mental, se habla de resiliencia para referirse a la capacidad de enfrentar situación de estrés o crisis y superarla de manera relativamente exitosa. Es decir, la resiliencia es la capacidad de mantener la salud mental a pesar de las condiciones adversas. Para una situación como la que estamos viviendo, se trata de algo que tenemos que fortalecer, para evitar o disminuir todo lo posible el impacto negativo de la pandemia.

Ya vimos que la pandemia tuvo efectos tremendos en el aumento de la depresión, la ansiedad, el estrés crónico, los trastornos en el sueño, el uso de sustancias, etc. Pero vimos poco acerca de los factores que nos pueden proteger o preservar de esta situación tan difícil. Por ese motivo, el proyecto Dynamore de la Unión Europea se propuso conocer los aspectos que permiten predecir una mayor resiliencia frente a la crisis. Para ello, se realizó una encuesta en 24 idiomas durante la fase más intensa del encierro en Europa (del 22 de marzo al 19 de abril) en una muestra de 15.970 personas adultas. 

Los aspectos más importantes para prevenir los efectos negativos en la salud mental fueron, en primer lugar, el “estilo de evaluación positivo”, es decir, la tendencia a evaluar las situaciones de estrés de una manera positiva. Por ejemplo, quienes aprovecharon el encierro para aprender a tocar un instrumento musical o para ponerse al día con lecturas que querían hacer. 

En segundo lugar, ayudó a mantener una buena salud mental la “percepción de apoyo social”, es decir, por la manera en que vemos que somos queridos, estimados e incluidos por las personas más cercanas (amigos, familiares, etc.). En ese sentido, las videollamadas con amigos y amigas, los “zoompleaños” y el contacto frecuente con nuestras familias aunque fuera de manera remota nos llevaban a percibir ese apoyo y disminuir los efectos mentales negativos de la cuarentena. 

Un tercer factor que ayudó a la resiliencia en la situación de crisis fue el optimismo, es decir, la confianza en que la situación iba a mejorar. Por ese motivo es tan importante la divulgación de buenas noticias: el desarrollo de tratamientos y nuevas vacunas, ver a las personas sonrientes con su carnet de vacunación en las redes sociales, volver a algunas actividades, incluso planificar lo que vamos a hacer cuando la pandemia termine, ayudan a preservar la salud mental, aún en una situación de crisis inédita y prolongada, como la que estamos atravesando.

Todos estos factores de resiliencia probaron ser significativos en todas las categorías de género, edad y condición socioeconómica. Además, son factores protectores modificables, lo que significa que pueden -y deben- ser el objetivo de los esfuerzos de salud mental pública en esta y en futuras pandemias.

En definitiva, parece que la buena onda también salva vidas.

¿Cómo podemos fortalecer la resiliencia a la pandemia?

Claro, puesto de esta manera, parece que hay gente que ya está predispuesta a la resiliencia, y gente que está condenada a sufrir la depresión y la ansiedad. Por suerte, no es tan así. En los últimos meses (últimos, últimos: entre marzo y julio de 2021) se realizaron distintas investigaciones para comprender de qué manera las personas nos sobreponemos a esta situación tan tremenda e inesperada que nos ocurrió. 

Te vamos a contar, en lo que sigue, algunos resultados y recomendaciones de estos estudios que todavía son preliminares, es decir, que todavía no fueron evaluados y publicados por revistas científicas internacionales.

El equipo de Fernando Torrente y Marcelo Cetkovich, de INECO, siguió en los últimos meses la evolución de esos indicadores de depresión y malestar psicológico que, como vimos, se presentaron muy tempranamente, en la primera semana de cuarentena. Sus datos, tomados de encuestas realizadas en Argentina, muestran, en primer lugar, que los síntomas de ansiedad y depresión bajaron con el tiempo, es decir, que pudimos reponernos a ese bajón tremendo de los primeros meses de la cuarentena. 

En segundo lugar, el estudio muestra que estos síntomas son, en muchos casos, pasajeros; es decir, fruto de un estrés muy intenso, producto de la crisis, pero no de un cuadro depresivo crónico. Se trata, en definitiva, de formas de reacción normales que nos permitieron enfrentar la situación, y eso se observa en los números. 

Según esta investigación, entre marzo y mayo de 2020 se observó el pico de ansiedad y depresión durante la pandemia. A partir de allí, comenzó a bajar, al punto tal que en marzo de 2021 había menos síntomas de ansiedad y depresión que al comienzo de la pandemia. La mayoría de la población encuestada mostró una gran capacidad de resiliencia, tolerancia y adaptación a la nueva situación.

Esto, por supuesto, no aplica a las personas que ya tienen un diagnóstico clínico de depresión, que sufrieron especialmente la situación de encierro, ni a aquellas personas que pueden quedar con secuelas del padecimiento sufrido en estos meses.

En un estudio diferente, un equipo dirigido por Fabricio Ballarini, que incluye especialistas del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), la Universidad de Buenos Aires (UBA), el Conicet y la Universidad Bernardo de O’Higgins de Chile, observó que la depresión y la ansiedad se comportaron de manera diferente en los últimos meses de la pandemia. 

La investigación se llevó a cabo con un grupo de estudiantes universitarios en la Ciudad de Buenos Aires, mediante una encuesta que se administró en dos momentos diferentes. Primero se difundió en los últimos meses de 2020, después de un pico muy alto de contagios; luego, volvió a realizarse durante los primeros meses de 2021, en un período de baja de casos y cuando habían comenzado a llegar las primeras vacunas.

Los resultados de este trabajo son muy alentadores. Por una parte, muestran que la depresión y la ansiedad no son actitudes que se presentan sí o sí, ni se comportan igual, ni responden a las mismas causas. Al comparar las dos situaciones, se observó que en 2020 había muy altos niveles de ansiedad y depresión entre las y los estudiantes encuestados. 

En cambio, al comparar con el año 2021, se observaron niveles significativamente más bajos de depresión, ¡pero más altos de ansiedad! 

¿A qué se puede deber esta diferencia? El equipo de investigación concluyó que, a medida que comenzó a haber más vacunas disponibles, la depresión empezó a ceder, porque crecía la esperanza de todos y todas nosotras. En cambio, la ansiedad empezó a crecer en el mismo momento; pero no se trataba de la misma ansiedad frente a lo desconocido, sino la ansiedad por ver vacunados a nuestros seres queridos y a nosotros mismos. 

Otro aspecto muy importante de este trabajo es que las personas que hacían actividad física al menos 2  veces por semana sufrían menos la depresión y la ansiedad en 2020; lo mismo sucedía con quienes tenían interacción social con otras personas durante la semana. Dado que a comienzos de 2021 aumentó la apertura de actividades sociales y actividad física, al haber más personas haciendo ejercicio e interactuando con familiares, amigas y amigos, los niveles de depresión bajaron; al mismo tiempo, la actividad y la socialización ayudaron a controlar la ansiedad.

Siete recomendaciones de políticas públicas

A veces, la ciencia no puede esperar a completar todos los pasos para intervenir, porque la realidad va más rápido de lo que el método de investigación, evaluación y publicación nos permite avanzar. Sin embargo, el conocimiento acumulado, la experiencia y el ojo entrenado permite a los científicos y científicas de todo el mundo definir algunas acciones o estrategias que pueden ser útiles para enfrentar las duras consecuencias que la pandemia dejó en todos y todas.

Por ese motivo, un grupo de 18 especialistas de todo el mundo escribió un interesante ensayo en el cual, después de revisar todo el conocimiento reunidos sobre lo que sucedió en la pandemia, realizan 7 propuestas de políticas públicas para preservar la salud mental. El artículo fue presentado a la importante revista científica The Lancet y todavía no fue publicado; pero, afortunadamente, podemos contarte qué recomienda:

Aunque sabemos los efectos inmediatos del virus en quienes lo padecen, todavía no conocemos la duración y los impactos a largo plazo. La humanidad necesita una mayor comprensión de cómo apoyar a quienes se infectan, así como a quienes cuidan a los infectados; cómo alteramos nuestras vidas en este tiempo, pero también en el futuro.

Es necesario incorporar el monitoreo psicológico al seguimiento físico que se hace de pacientes recuperados de COVID-19, para tratar a tiempo los padecimientos mentales que pueden hacerse evidentes con el tiempo. También es fundamental cuidar al personal de salud, que no sólo se ha visto expuesto al riesgo físico de contraer la enfermedad, sino a una carga mental y un nivel de estrés muy alto, durante un tiempo muy extenso.
Se recomienda priorizar el acceso seguro al cuidado infantil y la educación primaria durante la pandemia, porque brindan oportunidades de aprendizaje, socialización y acceso a los alimentos a niños y niñas de todo el mundo. Además, colaboran a disminuir el estrés y la carga mental de quienes los cuidan.
Así como se reforzaron los sistemas de salud de todo el mundo, especialmente sumando camas de terapia intensiva, terapia intermedia, equipamiento y personal calificado, es necesario reforzar los sistemas de asistencia a la salud mental. Un estudio realizado en Reino Unido muestra que sólo el 40% de las personas que informaron autolesiones e ideas suicidas accedieron a servicios de salud mental. Esto nos puede conducir a una crisis global sin precedentes.

Es necesario que la salud mental se adapte a los recursos disponibles, y comience a explorar alternativas de tratamiento remoto. En este sentido, los autores del artículo recuerdan que se ha demostrado que la terapia cognitivo-conductual online es eficaz para tratar la depresión, la ansiedad y la soledad y, por lo tanto, debería estar ampliamente disponible. 

No alcanza con atender el malestar y el padecimiento; también es necesario promover el bienestar mental. Existen muchas estrategias y prácticas que ayudan a promover las emociones positivas, como el mindfulness, y se han comprobado sus efectos para fortalecer la resiliencia durante la pandemia.

Las políticas de asistencia y desarrollo social necesitan ser complementadas con acciones de promoción del bienestar en la comunidad. Las escuelas, los lugares de trabajo y los centros comunitarios pueden ser lugares clave para facilitar el acceso y el tratamiento de la salud mental para poblaciones vulnerables.
Hace ya tiempo que la salud mental es una preocupación global. La pandemia no hizo sino exacerbar y destacar estos problemas, pero también mostrarnos de qué manera podemos superarlos. Es hora de que las políticas públicas, desplegadas con tanta energía para enfrentar los aspectos fisiológicos de la pandemia, se ocupen también de sus consecuencias para el bienestar mental.

FUENTE: https://chequeado.com/el-explicador/salud-mental-como-comenzar-a-superar-el-impacto-de-la-pandemia/

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